El año apenas va empezando y muchos aún no quitamos el
arbolito y los adornos navideños, por lo que considero adecuado hablar aún de
los propósitos de año nuevo. Esa listita que se supone se ha de escribir el día
último o los días últimos del año, en la cual se pone por escrito aquello que
se quiere lograr en el año por venir. Se supone que para hacer esa listita hay
detrás una recapitulación de todo cuanto se hizo y no en el año por concluir,
que se corrijan los errores y se mejoré aquello en donde nos fue bien, ya se
sabe, como capacitadora del departamento de recursos humanos: hay que ser
proactivos.
Este año
no hice ninguna lista de propósitos, como no la hice el año pasado ni el anterior
ni desde hace mucho tiempo. A diferencia de los años anteriores, en esta
ocasión sí pensé en los propósitos y la mentada lista, no por hacerla, sino
porque la he hecho. Recordé, por ejemplo, la lista que realicé allá por el
cambio de milenio, que debe de andar en algún cuaderno de los muchos que a mi
mamá considera sólo como pasto para las llamas.
Aquella
lista la escribí la mañana del primero de enero de dos mil, estaba desvelado y
con un poco de indigestión. No recuerdo exactamente qué me proponía, pero sí
recuerdo que eran propósitos para ese año y a más largo plazo; había ahí la
decisión de terminar una carrera, no sabía aún cuál, tener casa y carro,
escribir libros. Independientemente de los propósitos o si los he cumplido o
no, una de las cosas que más recuerdo es que después de terminar esa listita (que
señalaba que debía alcanzar para ese 2000, qué para el 2005 y creo que hasta
planeaba para el 2010) me acosté a dormir, deseando despertar medio año después
cuando ya hubiera terminado la secundaria o en cinco años cuando ya estuviera
en la universidad.
Ese
deseo y la listita de propósitos me vuelven, porque después no volví a desear
que el tiempo pasara mágicamente sin que yo me diera cuenta, no al menos con
tanta vehemencia como entonces. En aquellos días estaba en tercer año de
secundaria y aún jugaba como niño, no me avergüenzo de decirlo, aunque entonces
sí me avergonzaba y quería crecer y ser el hombre que, según yo, debía ser.
Después de ese año pocas veces he vuelto a desear que el tiempo pase sin que yo me entere, hoy menos que nunca. No ha sido así porque eso que llamamos vida, que le decims vivir, lo he hecho y de forma muy gratificante, sufriendo, gozando, conociendo. Desde entonces he conocido grandes amigos y el amor, he disfrutado su compañía, de su trato; me he hecho de habilidades y defectos, eso es vivir, porque al fin sólo tenemos estos días y este momento, porque como le dice Catulo a Lesbia Soles occidere et redire possunt; Nobis cum semel occidit brevis lux, Nox est perpetua una dormienda, para nosotros, una vez se nos extingue la luz la noche es perpetua. Vivamos pues, que los propósitos se irán dando solos.
Después de ese año pocas veces he vuelto a desear que el tiempo pase sin que yo me entere, hoy menos que nunca. No ha sido así porque eso que llamamos vida, que le decims vivir, lo he hecho y de forma muy gratificante, sufriendo, gozando, conociendo. Desde entonces he conocido grandes amigos y el amor, he disfrutado su compañía, de su trato; me he hecho de habilidades y defectos, eso es vivir, porque al fin sólo tenemos estos días y este momento, porque como le dice Catulo a Lesbia Soles occidere et redire possunt; Nobis cum semel occidit brevis lux, Nox est perpetua una dormienda, para nosotros, una vez se nos extingue la luz la noche es perpetua. Vivamos pues, que los propósitos se irán dando solos.
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