viernes, 11 de enero de 2013

Del propósito de hacer los propósitos


El año apenas va empezando y muchos aún no quitamos el arbolito y los adornos navideños, por lo que considero adecuado hablar aún de los propósitos de año nuevo. Esa listita que se supone se ha de escribir el día último o los días últimos del año, en la cual se pone por escrito aquello que se quiere lograr en el año por venir. Se supone que para hacer esa listita hay detrás una recapitulación de todo cuanto se hizo y no en el año por concluir, que se corrijan los errores y se mejoré aquello en donde nos fue bien, ya se sabe, como capacitadora del departamento de recursos humanos: hay que ser proactivos.
            Este año no hice ninguna lista de propósitos, como no la hice el año pasado ni el anterior ni desde hace mucho tiempo. A diferencia de los años anteriores, en esta ocasión sí pensé en los propósitos y la mentada lista, no por hacerla, sino porque la he hecho. Recordé, por ejemplo, la lista que realicé allá por el cambio de milenio, que debe de andar en algún cuaderno de los muchos que a mi mamá considera sólo como pasto para las llamas.
            Aquella lista la escribí la mañana del primero de enero de dos mil, estaba desvelado y con un poco de indigestión. No recuerdo exactamente qué me proponía, pero sí recuerdo que eran propósitos para ese año y a más largo plazo; había ahí la decisión de terminar una carrera, no sabía aún cuál, tener casa y carro, escribir libros. Independientemente de los propósitos o si los he cumplido o no, una de las cosas que más recuerdo es que después de terminar esa listita (que señalaba que debía alcanzar para ese 2000, qué para el 2005 y creo que hasta planeaba para el 2010) me acosté a dormir, deseando despertar medio año después cuando ya hubiera terminado la secundaria o en cinco años cuando ya estuviera en la universidad.
            Ese deseo y la listita de propósitos me vuelven, porque después no volví a desear que el tiempo pasara mágicamente sin que yo me diera cuenta, no al menos con tanta vehemencia como entonces. En aquellos días estaba en tercer año de secundaria y aún jugaba como niño, no me avergüenzo de decirlo, aunque entonces sí me avergonzaba y quería crecer y ser el hombre que, según yo, debía ser.
                Después de ese año pocas veces he vuelto a desear que el tiempo pase sin que yo me entere, hoy menos que nunca. No ha sido así porque eso que llamamos vida, que le decims vivir, lo he hecho y de forma muy gratificante, sufriendo, gozando, conociendo. Desde entonces he conocido grandes amigos y el amor, he disfrutado su compañía, de su trato; me he hecho de habilidades y defectos, eso es vivir, porque al fin sólo tenemos estos días y este momento, porque como le dice Catulo a Lesbia Soles occidere et redire possunt; Nobis cum semel occidit brevis lux, Nox est perpetua una dormienda, para nosotros, una vez se nos extingue la luz la noche es perpetua. Vivamos pues, que los propósitos se irán dando solos.
              

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