viernes, 2 de marzo de 2018

Call me by your name, un hermoso retrato del primer amor


Los mejores recuerdos de nuestra adolescencia están colmados de color y belleza, de una mezcla inseparable de felicidad y desdicha. Así es Call me by your name, al verla uno sólo desea haber estado ahí, que esa película sea un recuerdo de nuestra propia adolescencia.
            Luca Gudagnino consigue en los ciento treinta minutos trasladarnos a un espacio idílico pletórico de sensualidad —sensualidad en el pleno sentido de la palabra porque a través de sus imágenes el espectador tiene un deleite sensorial—. Desde los paisajes del verano y la campiña italiana hasta la comida, todo es un abanico de sensualidad dispuesto para su degustación. Sirve como el punto de partida para que Elio Perlman, interpretado magistralmente por Timothee Chalamet, conozca el amor (con todo lo que implica de torpeza, desesperación, de felicidad absoluta y dolor, este también, absoluto).
            Pocas películas me han cimbrado tanto como esta. Salí del cine llorando, seguí llorando al volver a casa. Al día siguiente, mientras la evocaba el llanto volvió a brotar. La volví a ver.
            Call me by your name es uno de los retratos más hermosos que se han hecho a esa primera vez que caemos rendidos ante el amor. Tengo tanto por decir de esta película que no encuentro las palabras, como el enamorado adolescente que no encuentra el modo de confesarse, como la canción que forma parte del soundtrack Words lo dice. Vayan a verla.

lunes, 25 de septiembre de 2017

No he hecho lo suficiente después del sismo

Luego de la 1:14 pm del martes 19 de septiembre he sentido que no he hecho lo suficiente.  He ido a varios de los derrumbes a ayudar a mover escombros, he compartido información para los albergues, los derrumbes y los centros de acopio, he llorado, pero aun así siento que no ha sido suficiente.
Esta sensación es compartida por muchos, sienten que a pesar del esfuerzo no han dado todo lo que pudieran haber dado. El trabajo por hacer es mucho y uno quisiera volcar todas sus fuerzas en ello.

Lo que hemos ayudado ha sido lo necesario, no debemos extralimitarnos porque luego no seremos de ninguna ayuda. Pero creo que no hay que desestimar esa sensación de "no ha sido suficiente" porque será el que nos permitirá salir adelante de esta tragedia y que podamos construir un mejor lugar para vivir. Gracias, por lo pronto, a todos quienes con lo que han podido han ayudado.

miércoles, 17 de mayo de 2017

#ViolenciaHomófoba

En México los derechos de la comunidad LGBTI están refrendados por la constitución, desde el 12 de junio de 2015 la Suprema Corte de Justicia sentó el precedente. Sin embargo, aunque mucho se ha avanzado en el camino de la aceptación, lejos estamos de ser una sociedad que reconozca a las minorías sexuales, muchas de las personas LGBTI han sufrido algún tipo de violencia homófoba.
Por desgracia México, según la Comisión Ciudadana contra los Crímenes de Odio por Homofobia (Cccoh) ocupa el segundo lugar en crímenes de odio motivados por homofobia, sólo después de Brasil y por encima de países donde la homosexualidad está penalizada. La violencia que motiva dichos crímenes no surge de la nada, previo a la consumación de la privación de la vida a una persona Lgbti hay una serie de violencias, de mayor o menor grado, las cuales normalizan los ataques (que van desde lo verbal a lo físico).
Por desgracia en México las personas Lgbti que no han sufrido algún tipo de violencia homófoba son privilegiadas. Como sociedad deberíamos aspirar a que esa situación que hoy es un privilegio sea un derecho. Uno de los primeros pasos, en ese camino, es la visibilización, dar a conocer  al resto de la sociedad en qué momentos hemos sido afectados por esa violencia, desnormalizarla. Como bien se hizo para cuestionar muchas de las prácticas del heteropatriarcado que sigue violentando a las mujeres sólo por el hecho de serlo con las campañas #MiPrimerAcoso y #RopaSucia. Es necesario que la comunidad Lgbti saque a la luz la #ViolenciaHomófoba que sufre, que ha sufrido, desde las microviolencias hasta los crímenes.
Ojalá este sea el camino para acabar con la violencia homófoba, para que las personas dejen de ser asesinadas por pertenecer ser Lgbti, que nadie escuche como últimas palabras: ¡Pinche Puto!

sábado, 6 de mayo de 2017

De las becas y el hambre

Los críticos de las beca aparecen cada vez que se acerca el cierre de las convocatorias, cuando se dan los resultados o que la convocatoria no ha sido lanzada. Argumentan que las becas son un desperdicio de dinero y que quienes aspiran a ellas mejor harían poniéndose a trabajar, como si la creación no fuese trabajo. A la crítica anterior se le suman muchas más, pero en líneas generales van por ahí, señalando la inutilidad de las becas y de la labor de los becarios, amén de la corrupción y del amiguismo que implican.
            El pensamiento neoliberal está en la raíz de estas críticas, pues, por una parte, cuestiona que el estado pueda estar dando dinero a los creadores sólo por serlo (¿Cómo puede?) y por otro considera superflua la creación, ya que ésta no es traducible en beneficios económicos inmediatos.
            En México contamos con el Fondo para la Cultura y las Artes (Fonca), el Programa  de Estímulos a la Creación y al Desarrollo Artístico (Pecda) entre otras instituciones, públicas y privadas, que ofrecen a los creadores apoyos a la creación. Justamente una de las críticas deriva del número de becas y de quienes se aprovechan de ellas para vivir, cuestionan que con tal cantidad de beneficiarios no haya una cantidad equiparable de obras de arte. Obvian que el sistema de becas está diseñado para generar un porcentaje crítico: permitir que un mayor número de creadores pueda dedicarse de manera exclusiva a su obra para que de ese número surjan esas  grandes obras, aunque algunos de los beneficiarios ni siquiera lleguen a terminar una.
            Quizá, a este respecto, deberíamos remarcar que dos de las cumbres de la literatura mexicana del siglo XX: el Llano en llamas y Pedro Páramo fueron terminados gracias a dos becas que Juan Rulfo tuvo en el Centro Mexicano de Escritores. Quizá este ejemplo debería ser suficiente para confiar en este tipo de estímulos, con todo y sus defectos.
            Y es que la creación es difícil de realizarse cuando se tiene hambre. Esto último lo sé de primera mano. En 2010, antes de que me otorgaran la beca del Fonca, vivía de hacer pan y venderlo, el día que no vendía no comía. Enterarme que había sido beneficiario fue un gran alivio, primero porque dejaría de levantarme de madrugada para hornear y preocuparme si iba o no vender algo y, segundo, porque fue mi confirmación como escritor: tres personas confiaron en lo que hacía y consideraron que tenía lo necesario para escribir ese libro que había propuesto —el libro lo terminé, aunque permanece inédito—.
            Luego en 2014 la Fundación para lasLetras Mexicanas me seleccionó para una de sus becas, en el periodo en que estuve ahí pude terminar un libro que tenía seis años trabajando y el cual apenas tenía un 40%. Gracias a estar en la FLM pude terminarlo en cuestión de meses, ese libro, Gloria Mundi, en 2015 ganó el Premio Nacional de Cuento Breve “Julio Torri”.
       A fin de cuentas, las becas son la oportunidad que los creadores tienen para poderse dedicar a la creación, oportunidad que de otro modo no tendrían. Porque se puede crear en cualquier parte con o sin dinero, pero hay que comer y el estómago vacío apremia más que una cabeza llena de ideas creativas. 

jueves, 4 de mayo de 2017

#MayThe4thBeWithYou o de por qué me gusta la Guerra de las galaxias


Mucho se dice que el fenómeno de La guerra de las galaxias, sus seguidores y afición, no son más que producto de la mercadotecnia y en parte es así, pero su éxito se deriva de lo que sus espectadores hemos encontrado en esas narraciones cinematográficas.

En mi caso mi relación con esa epopeya espacial puede decirse que inicia antes de mi nacimiento. La guerra de las galaxias fue la primera película que mi madre vio en el cine. La muchacha de 16 años trabajaba cuidando un par de niños en Chihuahua capital, como muchas jóvenes de origen rural, no había visto más que películas en blanco y negro proyectadas sobre lonas en carpas ambulantes (la electricidad había llegado a su pueblo un par de años antes y las televisión era un lujo). Esa muchacha acompañó a los niños que cuidaba a la matiné y quedó pasmada con aquel universo que veía en pantalla, aquella nave surgiendo de la oscuridad. No pocas veces ella me refirió ese asombro.

Aunque no vi la trilogía completa hasta su remasterización y lanzamiento en VHS en 1997, era un mundo narrativo que no me era ajeno. Recuerdo la película de los ewooks que a los 7 u 8 años me entusiasmó (no la he vuelto a ver desde entonces y tampoco creo que sea de mi agrado ahora). Vi algunas partes subtituladas en la transmisión que algunas noches hacía el canal cinco (usando el formato que utilizaban para transmitir La historia más grande jamás contada), nunca entendí el porqué nunca fueron transmitidas completas. Entender de qué iba aquella historia, la rebelión contra el mal en una Galaxia muy lejana, con robots, sables de luz, maestros jedi fue un gran acicate para mí imaginación. Entonces, viviendo en un pueblo con pocos amigos estaba ávido de lugares de refugio, de escape.

Crecí en un ejido y en un pueblo, en ambos nunca pude integrarme. No era como los demás niños, era afeminado y por eso objeto de burla. Siempre necesité lugares de escape, de refugio. Por eso la televisión fue tan importante entonces para mí.  Por eso, también haber encontrado el universo de la Guerra de las galaxias.

jueves, 20 de abril de 2017

Tú mataste a Hannah, todos matamos a Hannah Baker

En estos últimos días de abril se cumplen 20 años de la muerte de Marvin, uno de mis compañeros de la primaria. Era mayor que nosotros. Tenía catorce años cuando se suicido.
            Nunca supimos qué llevó a aquel muchacho, casi un niño, a quitarse la vida. Cuáles fueron las circunstancias por las que atravesó en ese pueblo de ocho mil habitantes que lo orillaron a tomar esa decisión. Una incógnita que enlutó los últimos meses que pasamos en la primaria.
            Recuerdo ese episodio porque acabo de ver 13 reasons why, la serie que se puede encontrar en la plataforma Netflix y que, utilizando el formato de thriller, a lo largo de trece episodios, de la mano del protagonista Clay Jensen, descubrimos por qué Hannah Baker decidió suicidarse.
            A través de siete cintas que Hannah grabó antes de suicidarse a modo de carta de despedida, conocemos qué la llevó en ese camino. Clay encuentra, al inicio de la serie los casetes en una caja de zapatos con su nombre en la entrada de su casa. Comienza a escucharlos y nosotros nos adentramos con él como guía, como una especie de detective, para descubrir qué le pasó a Hannah, qué la orilló a esa determinación, qué, quién la mató.
            Conforme se avanza en la serie, apuesta por el crescendo en la tensión dramática —detalle que puede jugar en su contra pues el primer episodio es el más flojo— vamos conociendo el mundo en que estaba Hannah, sus intentos por acercarse a las personas, por no sentirse sola. Vemos cómo fracasa en esos intentos y cómo los lazos que pudieron haberla salvado se van rompiendo, hasta que no le queda nada a qué aferrarse.
            Dos cuestiones de fondo construyen la historia de 13 reasons why, por un lado la violencia con que nos atenaza a todos el heteropatriarcado (pero en especial a las mujeres y en este caso a las mujeres adolescentes) y la empatía, la necesidad que todos tenemos de ser empáticos para con los demás y que ellos a su vez lo sean con nosotros.
            Mientras que las dinámicas del heteropatriarcado orillan a los hombres a ejercer la violencia para garantizar sus privilegios, son las mujeres quienes se encuentran más vulnerables en este sentido. La serie hace mucho hincapié en el consentimiento en cualquier forma de contacto sexual y cómo el atropellar la negativa del otro va en escalada. La violación es una situación a la que las mujeres desde muy jóvenes se ven expuestas y los guionistas saben tratar el tema, permiten reflexionar sobre él y el impacto que tiene sobre la vida de las personas.
            En ese sentido, los guionistas y con toda seguridad Jay Asher (el autor de la novela en que se basa la serie), son conscientes y así lo muestran, que una de las formas de responder y sobrevivir a esa violencia es la empatía. Ayudar, de cualquier modo, al otro, salvarlo.
            Los destinatarios de las trece grabaciones que Hannah hizo así lo deben entender, a algunos les queda claro, otros se niegan a sentir empatía alguna hacía ella. Pero Hannah, a fin de cuentas, aunque tomó esa decisión por sí misma, lo que les estaba diciendo es que de alguna manera la mataron, porque no fueron capaces de decirle que ahí estaban, que su vida era importante.
La adolescencia, por si sola, es uno de los episodios más terribles de nuestras vidas, aún no tenemos claro qué queremos del mundo ni qué quiere este de nosotros, estamos aprendiendo a conocernos, descubriendo emociones y sensaciones desconocidas, un coctel por si solo peligroso, al que se le añade la violencia heteropatriarcal, la cosificación, la anulación de la persona.

Siempre será un misterio para mí porque mi compañero decidió suicidarse a los catorce años, ignoró cuáles fueron esas circunstancias que terminaron aplastándolo y tampoco sé si yo, a mis 12 años, hubiese podido ayudarle en algo para evitar que tomara esa decisión. Pero, de alguna manera fui responsable, del mismo modo en que todos, como sociedad, somos responsables frente a los suicidios adolescentes.

lunes, 13 de junio de 2016

La marcha del orgullo gay, el escándalo y la discreción

Marcharé este sábado 25 y lo haré de manera escandalosa. No pienso ser discreto, como, de todas maneras no se me da. Por dos razones es que haré barullo y me mostraré más joto —sí, se puede— de lo que soy en la cotidianidad. La primera es que los primeros grupos de la comunidad LGBTI que decidieron reclamar sus derechos no fueron discretos y no lo hicieron de forma discreta. La segunda es que en México y en el mundo se sigue matando a las personas por su orientación sexual.
            El bar Madame en Xalapa, la madrugada del 22 de mayo, el Pulse en Orlando la madrugada del 12 de junio son sólo dos muestras del porqué, a pesar de la aprobación de leyes, del reconocimiento de la Suprema Corte del matrimonio igualitario y la adopción homoparental, es indispensable salir a marchar.
Cualquiera perteneciente a la comunidad LGBTI ha sufrido de homofobia, desde palabras hasta golpes. La mayoría conocemos a alguien que pereció víctima de esta violencia. Aunque somos visibles como grupo, por lo mismo somos más vulnerables, somos un blanco a atacar, sino se me cree ahí están todas las declaraciones de los jerarcas católicos mexicanos o de otros líderes religiosos que no han parado de despotricar en las últimas semanas contra lo que llaman el lobby gay o la agenda rosa; el león cree que todos son de su condición.
Marcharé y lo haré de manera escandalosa, porque a pesar de la homofobia no tengo miedo. Por cada vez que nos gritaron “Joto”, “Marica”, “Lencha”, “Marimacho”, “Vestida”, “Mañoso”; por cada piedra que se nos lanzó; por cada golpe recibido. Marcharé porque nos están matando.

No podemos quedarnos callados, la homofobia no puede ganar.