martes, 22 de enero de 2013

Del joto y el gay y sus diferencias.


En mi adolescencia escuché un chiste. Un joven le dice a su papá que es gay, el padre muy serio le pregunta si tiene departamento en un edificio, si yate o al menos un auto deportivo, a todo el joven contesta que no, el chiste termina con el papá diciéndole: “Ves, no eres gay, eres un jotito de cuarta”. Entonces me pareció gracioso, pero porque no conocía la estructura que le permite mantenerse y reflejar a la sociedad de la que surgió.

Ese chiste refleja la diferencia que a nivel popular se ha ido impulsando, el joto y el gay no son iguales, el primero es digno de mofa y es pobre, al segundo sí es posible tolerarlo porque tienen dinero. La homofobia se encuentra con la discriminación de clase que impera en grandes círculos de México. 

El joto pierde su condición de joto mientras tenga dinero, entonces es gay y se le tolera. A la sociedad que así ve al homosexual poco le interesa, o nada, que la palabra “gay” haya sido apropiada por esa comunidad como una respuesta contra las etiquetas que esa sociedad le imponía, contra “joto”. El término gay fue asumido por la comunidad porque carecía del cariz peyorativo que otras palabras tenían.

Para la sociedad que discrimina joto y gay han de ser términos que ella domestique, que ella dicte que deben describir. El joto es un ser al que hay que despreciar, el gay es un rico con costumbres que se pueden despreciar, pero que por su dinero puede ser tolerado. Los homosexuales para una sociedad así no son más que putos y maricones, seres dignos de desprecio por su comportamiento no ortodoxo.

Debemos cuestionar el uso de los términos y enfrentar cuestiones así, no permitir que la discriminación sea la directriz del lenguaje y del vocabulario que utilizamos, romper con ello es necesario para mejorar la vida cotidiana y comunitaria en que nos movemos.

Por qué me gusta la cocina, mi mama, una receta y otras cosas


Desde niño me ha gustado la cocina, observaba a mi mamá preparar la comida y le hacía preguntas sobre los ingredientes que ponía o las cantidades. De ella me viene el gusto por preparar platillos, la recuerdo buscando recetas en las revistas, en libros de cocina o apuntándolas que salían en la tele. En una ocasión fue con una menonita todo un día para aprender a hacer las galletas y los panes menonitas; sus galletas con merengue y chocolate encima son de las mejores. Recuerdo, uno de  mis primeros recuerdos, que allá por el 88 o 89, ella debía tener la edad que tengo ahora, preparó mayonesa, en ese mismo tiempo hizo un pastel de zanahoria que aún saboreó. Le ocurrió lo que nos pasa muchas veces cuando seguimos recetas, olvidamos cómo preparar el platillo sin ellas. Viéndola frente a la estufa, haciendo esa alquimia que es la cocina fue donde me nació el gusto por complacer a los demás con comida.

Complacer es, en mi poética gastronómica, la palabra clave a la hora de hablar de cocina. Es uno de los artes que más depende del lector, no se completa sin él, a diferencia de la pintura o de la escritura que el autor puede hacer su obra, pueden pasar años antes que llegue a su intérprete. La cocina es un arte inmediato que ha de ser degustado apenas se ha concluido y no puede ser para la posterioridad. Se trata de un arte directo entre el comensal y el artista. Intuitivamente lo comprendí viendo a mi mamá.

Ella me enseñó a preparar unas empanadas de atún que comíamos para el lonche, las hacía con la masa de las tortillas de harina. Yo he cambiado un poco la receta y quiero compartirla con ustedes, porque la última vez que las hice gustaron mucho.
Empanadas de atún con masa de papá y salsa de tomate
Relleno
4 latas de atún de 240 grs.
2 zanahorias grandes
1 Poro
Aceitunas (paquete de 110 grs.)
1 pieza de Apio
Masa
½ a 1 kg. de harina
4 papás medianas o pequeñas (300grs a 500grs.)
Una cuchara de polvo para hornear
1 huevo
Leche una taza
Mantequilla 100 grs
Pizca de sal
Salsa de tomate
1 kg de tomate
Albahaca, cantidad necesaria
6 dientes de ajo
3 piezas de chile de árbol
Azúcar, cantidad necesaria
Aceite de oliva, cantidad necesaria

Se ponen las papás en agua hirviendo hasta que se cocinen, se escurren y se mezclan con la leche y la mantequilla, se añaden el resto de los ingredientes de la masa (reservando un poco de harina), se deja reposar. Se sofríen las zanahorias cortadas en cuadros, se añade el poro y el apio, cuando estén cocidos se agregan las aceitunas y el atún, se dejan a fuego lento por 5 min. Para la salsa se machacan los ajos y se pican los chiles, se pone el aceite de oliva en una olla y se le agregan el ajo y el chile a fuego lento, hasta que el ajo se transparente, se le agregan los tomates, que han de dejarse hasta que empiece a desprendérseles la piel (recomiendo precocerlos en una bolsa sumergiéndolos a agua hirviendo o poniéndolos en el micro 5 min.), se deja la salsa hervir (entre mayor tiempo pasen en cocción mejor sabor toma la salsa), se le agregan especias y un poco de albahaca, en el último hervor se le agrega el resto de la albahaca. Se extiende la masa utilizando la harina que se reservó, se rellenan las empanadas y se sofríen en aceite caliente, se sirven junto a la salsa y a disfrutar.    Outing

lunes, 14 de enero de 2013

De Jodie Foster y cómo salí del closet

La noche de entrega de los Globos de Oro  Judie Foster salió del closet, algo que no fue ninguna novedad, como ha ocurrido con otras celebridades. Me agradó la defensa de su vida privada y la forma juguetona en que hizo su outing. Mencionó que ella ha estado fuera del closet desde la edad de piedra, lo que me recordó mi propio proceso de salida del closet y cómo se va dando, tanto de manera interior, como con la familia, amigos y los ambientes en que te desenvuelves.
            Salí del closet en mayo de 2004, recuerdo que tenía puestos unos pantalones de lana pegadísimos y una camisa también entallada, estaba frente al espejo, no recuerdo si sacándome la seca, rizándome las pestañas o qué. En ese entonces mi mamá vivía conmigo, tenía tres o cuatro meses que lo hacía, junto a mis hermanas pequeñas (su arribo me había molestado mucho porque me quito toda la privacidad que mi casa de soltero podía darme). Mi hermana que entonces tenía nueve o diez años le pregunto algo sobre la homosexualidad y mi mamá respondió alguno de los prejuicios tan comunes que hay sobre el tema, entonces yo intervine diciendo que ser gay no tenía nada de malo y todo el cuento, mientras mi mamá seguía en su trece  y fue cuando le dije: “Es que yo soy gay”. Recuerdo que pasé toda aquella tarde, era un sábado, explicándole porque no era malo que yo fuera joto, que no quería ser travestí ni trasngénero, que quería formar mi familia y ser padre (con un hombre), que ni ella ni papá eran culpables de que yo fuera así, que no era enfermedad, mientras ella me decía que había tenido un niño; al fin empezó a llorar, de las pocas veces que la he visto llorar y me dijo: “Es que no esperes que te acepte de la noche a la mañana, dame tiempo.”
            Cuando se lo dije ella ya lo sabía, leyó una carta que un ex me había enviado. Además desde que era niño ella había esperado ese fatídico momento en que mis amaneramientos se confirmarán. Creo que la mayoría de las madres saben eso de sus hijos, la sociedad homófoba en que crecen y viven las hace temer y negar la condisión de sus hijos. Para mi madre no fue ninguna sorpresa, recuerdo que desde niño trató, infructuosamente que dejará de hablar y tener maneras afeminadas. Aquella tarde de mayo salí del closet y ella me aceptó, aunque me pidió tiempo, le regalé un libro destinado a los padres de gays, lo leyó. Meses después empecé la relación en la que ahora tengo más de ocho años; papá y mamá nos aceptan. 
            Para mi papá fue difícil, porque creció en una sociedad que despreciaba al homosexual abierto, descarado como dicen. A mi papá le tocó el tiempo en el que el hombre que tenía relaciones sexuales con otro hombre, si era activo no se le consideraba joto; por el contrario, muy macho. Para él, el homosexual obvio era siempre el pasivo, el que se dejaba someter. Yo no tuve que decirle, mi mamá lo hizo por mí. Apenas el año anterior había ganado un concurso de lectura de bachillerato y él se sentía muy orgulloso; mis logros intelectuales eran parte de sus logros, hasta ese momento. Una vez una amiga mía lo felicitó porque yo gané ese concurso y él se avergonzó. Hasta la navidad de ese 2004 hablamos de eso, él, con lágrimas en los ojos, me dijo que me aceptaba y que me quería como fuera, sólo me pidió que no me descarara. Entonces él estaba muy poco informado sobre el tema y creía, al menos eso me imagino, que me iba a travestir o algo así.  Ahora me acepta con todo y marido.
            Con el resto del mundo fue más sencillo, de hecho andar con la bandera en alto, con la camiseta morada y peliteñido es de alguna manera un escudo, un escudo que me ha permitido protegerme, así, al menos, a mí se acercan las personas que saben cómo soy y qué soy, que no me reclamarán el día de mañana que a mí me gusten los hombres. He protestado en el Congreso local allá por 2007 para solicitar la aprobación de los "Pactos Civiles de Solidaridad", como los que se aprobaron en Coahuila. Me interesa promover la aceptación hacía las minorías sexuales y he participado activamente en ello.
            Salir del closet no es caliéntame otra gorda, porque implica un proceso de aceptación de los sentimientos y de la persona que queremos ser, así como de aquello que escondemos y aquello que no queremos esconder. Es una cuestión de sinceridad. Y cada quien lo pasa como puede. Cierto es que la sociedad en que vivimos hace difícil que nos abramos pues corremos el riesgo de sufrir violencia por ello, en México son muy pocos los gays que no han  padecido la violencia homofóbica, la cual es negada públicamente.  

viernes, 11 de enero de 2013

Del propósito de hacer los propósitos


El año apenas va empezando y muchos aún no quitamos el arbolito y los adornos navideños, por lo que considero adecuado hablar aún de los propósitos de año nuevo. Esa listita que se supone se ha de escribir el día último o los días últimos del año, en la cual se pone por escrito aquello que se quiere lograr en el año por venir. Se supone que para hacer esa listita hay detrás una recapitulación de todo cuanto se hizo y no en el año por concluir, que se corrijan los errores y se mejoré aquello en donde nos fue bien, ya se sabe, como capacitadora del departamento de recursos humanos: hay que ser proactivos.
            Este año no hice ninguna lista de propósitos, como no la hice el año pasado ni el anterior ni desde hace mucho tiempo. A diferencia de los años anteriores, en esta ocasión sí pensé en los propósitos y la mentada lista, no por hacerla, sino porque la he hecho. Recordé, por ejemplo, la lista que realicé allá por el cambio de milenio, que debe de andar en algún cuaderno de los muchos que a mi mamá considera sólo como pasto para las llamas.
            Aquella lista la escribí la mañana del primero de enero de dos mil, estaba desvelado y con un poco de indigestión. No recuerdo exactamente qué me proponía, pero sí recuerdo que eran propósitos para ese año y a más largo plazo; había ahí la decisión de terminar una carrera, no sabía aún cuál, tener casa y carro, escribir libros. Independientemente de los propósitos o si los he cumplido o no, una de las cosas que más recuerdo es que después de terminar esa listita (que señalaba que debía alcanzar para ese 2000, qué para el 2005 y creo que hasta planeaba para el 2010) me acosté a dormir, deseando despertar medio año después cuando ya hubiera terminado la secundaria o en cinco años cuando ya estuviera en la universidad.
            Ese deseo y la listita de propósitos me vuelven, porque después no volví a desear que el tiempo pasara mágicamente sin que yo me diera cuenta, no al menos con tanta vehemencia como entonces. En aquellos días estaba en tercer año de secundaria y aún jugaba como niño, no me avergüenzo de decirlo, aunque entonces sí me avergonzaba y quería crecer y ser el hombre que, según yo, debía ser.
                Después de ese año pocas veces he vuelto a desear que el tiempo pase sin que yo me entere, hoy menos que nunca. No ha sido así porque eso que llamamos vida, que le decims vivir, lo he hecho y de forma muy gratificante, sufriendo, gozando, conociendo. Desde entonces he conocido grandes amigos y el amor, he disfrutado su compañía, de su trato; me he hecho de habilidades y defectos, eso es vivir, porque al fin sólo tenemos estos días y este momento, porque como le dice Catulo a Lesbia Soles occidere et redire possunt; Nobis cum semel occidit brevis lux, Nox est perpetua una dormienda, para nosotros, una vez se nos extingue la luz la noche es perpetua. Vivamos pues, que los propósitos se irán dando solos.
              

jueves, 10 de enero de 2013

De la singularidad y el texto


El pasado martes 8 de enero (de 2013), en la primera sesión del año del Taller de Poesía “Alí Chumacero” su coordinador, Enrique Servín, nos dijo: “El texto es una singularidad” aludiendo en parte al concepto de singularidad es como se ha entendido en la física en el último siglo. Enrique nos dijo que cada texto como una singularidad espaciotemporal tiene sus propias reglas, a las cuales es fiel y las cuales como autor debemos respetar o de lo contrario ese texto no funcionará. La explicación me gustó mucho y me sorprendió.
            Luego de unos siete años de amistad con Enrique él no deja de sorprenderme, no sólo lo obvio de su capacidad lingüística y poliglota, no sólo su sensibilidad y su teoría literaria. Él, en estos años, ha sido un amigo y un mentor. Tengo mucho que agradecerle, su pasión y su visión del mundo han influido mucho en mí y en la forma de entender la realidad.
            Como le sucede a la mayoría de las personas cuando lo conocen quedé deslumbrado, su saber, su capacidad para los idiomas, su memoria. Pero sobre todo una de las cosas que más me agradó de él y por la que busqué su amistad fue su capacidad para reír, es alguien que sabe reírse, es alguien que sabe gozar la vida. Le gusta la buena comida y salir al campo; en el desierto hemos caminado juntos muchas veces, gracias a él aprehendí la belleza de los valles cubiertos de guamis y tierra blanca, del minimalismo del paisaje, las yucas sobre los cerros escarpados.
            Lo que uno aprende al estar cerca de él es una ética fundada en la compasión. Pocas veces mencionamos esto tal cual, pero lo he observado a través de sus acciones, de su preocupación por los pueblos indígenas, por los niños de los orfelinatos, por el desamparado y por sus seres queridos. Aunque no se declara budista cree en las cuatro nobles verdades del  Buda. Además de una actitud crítica, como buen hijo de su tiempo,  pertenece a la generación del desencanto.
Podría escribir carretadas sobre Enrique y aquello que le admiro, en las líneas anteriores apenas lo esbocé; me conformo con decir (decirle) que gracias a él soy escritor y que, de no haber sido por su influencia, no entendería ni la literatura ni el mundo como los entiendo.