martes, 11 de febrero de 2014

Perdiendo kilos

Pesó 71 kilogramos, lo cual está bien para una persona que mide un metro setenta. Pero, lo digo, porque me siento orgulloso de ello. En junio del año pasado, hace ocho meses, pesaba entre 85 y 84 kilos.
            Este proceso comenzó en el otoño de 2012 cuando las alergias me obligaron a cambiar mi dieta, tuve que dejar de consumir todo lo que tuviera lácteos, huevo, maíz y plátano, el tratamiento me permitió luego volver a comer productos de maíz, pero los lácteos me siguen afectando. Ese cambio, después, me llevó a replantear mis rutinas alimenticias, en busca de mejorar mi metabolismo. Así decidí dejar de cenar, o mejor dicho, hacer la cena temprano (entre las cinco y las siete de la tarde), para que pasarán el mayor número de horas entre la última comida del día y la primera del siguiente –como se hacía en los ranchos, la cena se hacía a la hora en que se ponía el sol–. Este cambio sólo fue el principio. En el verano del año pasado empecé a hacer ejercicio, principalmente aeróbico, antes del desayuno, así, por ejemplo, en el mes de octubre pude observar una pérdida de peso de a kilo por semana.

            En aras de la pérdida de peso no he descuidado mi salud, trato de comer saludablemente, he aumentado el consumo de frutas y verduras, pero no por ello he abandonado el consumo de carbohidratos, aunque, claro, debe ser moderado y mejor por la mañana. Mejor vean las fotos del antes y el después.  

martes, 4 de febrero de 2014

Del placer de la relectura y la memoria

Decían que el emperador Adriano era capaz de memorizar todo un libro con sólo leerlo una vez, ojalá mi memoria fuese así de virtuosa. Sin embargo, si así fue, el emperador no conoció los placeres de la relectura y sus secretos vínculos con el recuerdo. Releer ha sido, y esto en un sentido muy personal, la vuelta al momento de mi vida de la primera lectura, no sólo del libro en cuestión, sino de aquello que acaecía en mi vida.
            El episodio de la arcadia de la segunda parte del Quijote está vinculado con una lluvia primaveral en medio de los campos menonitas en un autobús que hubo de detenerse por una ponchadura; la muerte de Anna Karenina está ligada a dos momentos en que tuve que volver a la casa paterna –en ambas ocasiones lloré y solté el libro–; el poema Las cosas de J.L. Borges me evoca el descenso de un cerro de mi pueblo; el círculo del Infierno de Malasbolsas me devuelve a la secundaria y los recesos que pasaba en la banquete leyendo. Cada relectura es no sólo el regreso a ese espacio hecho de palabras que es la obra, sino a mi vida, un camino nuevo de la memoria.

            La relectura es un placer que se suma al placer intrínseco de la lectura, ya no es la duda por el qué va a pasar, sino algo más que nos lleva a profundizar en ese espacio. Mientras se entra de nuevo se recuerda –se vuelve a pasar por el corazón, según la etimología de la palabra– aquello que nos pasó mientras hacíamos las lecturas anteriores, porque cada relectura es agregar nuevas capas de memoria, nuevas pinceladas en esa pintura inconcluso que es el conjunto de nuestra experiencia.