martes, 26 de noviembre de 2013

Por qué escribo...

Dos imposibilidades nos orillan, quiero decir, me orillan, a la escritura: no poder ser, nunca, alguien más y, quizá la más terrible, no poder llegar a la comunión con alguien más. La condena de ser nosotros y nunca el otro, es ahí donde radica el germen de toda escritura, al menos, de mí escritura.

            Agregar sobre ello sería innecesario, porque ese par de imposibilidades son, sin más, el motivo que me condujo a la escritura; el espacio donde, de alguna manera, nuestra mente tiene el presentimiento de alcanzar la común unión con otro ser humano, de ser, incluso alguien más. Esa es, también, la magia que alberga la literatura, nos permite por el espacio que va de una frase a otra la oportunidad de ser otro. Esa emoción, alberga la oportunidad de desprendernos de nosotros y de unirnos a alguien más, la comunión, no en el sentido  religioso, sino en un sentido humano y profundo, que nos es necesario a todos, que deberíamos de conocer todos.