lunes, 31 de marzo de 2014

A la memoria de mi abuelo

La conseja popular reza que lo único seguro que tenemos todos es la muerte. Cervantes, en voz de Don Quijote, nos dice que es lo único que nos iguala a todos, como después del juego del ajedrez, en la bolsa todas las piezas son iguales, carecen de distinciones. Todo lo cual no deja de ser lenguaje, meras palabras a la hora de enfrentar a la muerte de a de veras.
            Hoy, 31 de marzo, hace dos años falleció mi abuelo paterno. De mis ancestros no fue con quien lleve la mejor de las relaciones ni la más estrecha, lo cual no quiere decir que no hubiese afecto. Más allá de sus reacciones iracundas y del temor infantil que el niño tiene a su abuelo cascarrabias, me queda la sensibilidad de ese hombre que era capaz de observar el mundo y que nos heredó –tanto a mi padre como a mí– el interés por la indagación. Lo recuerdo en la labor observando las nubes de verano sobre la sierra, mientras comíamos bajo un enorme táscate.

            Hace dos años falleció, lo vi en su ataúd y ayudé a una tía a que le pusieran un rosario entre las manos, toqué su mejilla, fría. Lloré mientras lo sepultábamos, mientras paleábamos la tierra y escuchábamos el golpe seco sobre el cajón. Es, sin duda, frente a la muerte, donde el lenguaje pierde todo terreno, donde sólo queda el silencio.