Salí
del closet en mayo de 2004, recuerdo que tenía puestos unos pantalones de lana
pegadísimos y una camisa también entallada, estaba frente al espejo, no
recuerdo si sacándome la seca, rizándome las pestañas o qué. En ese entonces mi
mamá vivía conmigo, tenía tres o cuatro meses que lo hacía, junto a mis
hermanas pequeñas (su arribo me había molestado mucho porque me quito toda la
privacidad que mi casa de soltero podía darme). Mi hermana que entonces tenía
nueve o diez años le pregunto algo sobre la homosexualidad y mi mamá respondió
alguno de los prejuicios tan comunes que hay sobre el tema, entonces yo
intervine diciendo que ser gay no tenía nada de malo y todo el cuento, mientras
mi mamá seguía en su trece y fue cuando
le dije: “Es que yo soy gay”. Recuerdo que pasé toda aquella tarde, era un
sábado, explicándole porque no era malo que yo fuera joto, que no quería ser
travestí ni trasngénero, que quería formar mi familia y ser padre (con un
hombre), que ni ella ni papá eran culpables de que yo fuera así, que no era
enfermedad, mientras ella me decía que había tenido un niño; al fin empezó a
llorar, de las pocas veces que la he visto llorar y me dijo: “Es que no esperes
que te acepte de la noche a la mañana, dame tiempo.”
Cuando
se lo dije ella ya lo sabía, leyó una carta que un ex me había enviado. Además
desde que era niño ella había esperado ese fatídico momento en que mis
amaneramientos se confirmarán. Creo que la mayoría de las madres saben eso de
sus hijos, la sociedad homófoba en que crecen y viven las hace temer y negar la condisión de sus hijos. Para mi madre no fue ninguna sorpresa, recuerdo que desde
niño trató, infructuosamente que dejará de hablar y tener maneras afeminadas. Aquella
tarde de mayo salí del closet y ella me aceptó, aunque me pidió tiempo, le
regalé un libro destinado a los padres de gays, lo leyó. Meses
después empecé la relación en la que ahora tengo más de ocho años; papá
y mamá nos aceptan.
Para
mi papá fue difícil, porque creció en una sociedad que despreciaba al homosexual
abierto, descarado como dicen. A mi papá le tocó el tiempo en el que el hombre que tenía relaciones sexuales con otro hombre, si
era activo no se le consideraba joto; por el contrario, muy macho. Para él, el
homosexual obvio era siempre el pasivo, el que se dejaba someter. Yo no
tuve que decirle, mi mamá lo hizo por mí. Apenas el año anterior había ganado
un concurso de lectura de bachillerato y él se sentía muy orgulloso; mis logros intelectuales eran parte de sus logros, hasta ese momento. Una vez una amiga mía lo felicitó porque yo gané ese concurso y él se avergonzó. Hasta la navidad de ese 2004 hablamos de eso, él, con lágrimas en
los ojos, me dijo que me aceptaba y que me quería como fuera, sólo me pidió que
no me descarara. Entonces él estaba muy poco informado sobre el tema y creía, al
menos eso me imagino, que me iba a travestir o algo así. Ahora me acepta con todo y marido.
Con el
resto del mundo fue más sencillo, de hecho andar con la bandera en alto, con la
camiseta morada y peliteñido es de alguna manera un escudo, un escudo que me ha
permitido protegerme, así, al menos, a mí se acercan las personas que saben
cómo soy y qué soy, que no me reclamarán el día de mañana que a mí me gusten
los hombres. He protestado en el Congreso local allá por 2007 para solicitar la
aprobación de los "Pactos Civiles de Solidaridad", como los que se aprobaron en
Coahuila. Me interesa promover la aceptación hacía las minorías sexuales y he
participado activamente en ello.
Salir
del closet no es caliéntame otra gorda, porque implica un proceso de aceptación
de los sentimientos y de la persona que queremos ser, así como de aquello que
escondemos y aquello que no queremos esconder. Es una cuestión de sinceridad. Y
cada quien lo pasa como puede. Cierto es que la sociedad en que vivimos hace
difícil que nos abramos pues corremos el riesgo de sufrir violencia por ello,
en México son muy pocos los gays que no han
padecido la violencia homofóbica, la cual es negada públicamente.
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