sábado, 6 de mayo de 2017

De las becas y el hambre

Los críticos de las beca aparecen cada vez que se acerca el cierre de las convocatorias, cuando se dan los resultados o que la convocatoria no ha sido lanzada. Argumentan que las becas son un desperdicio de dinero y que quienes aspiran a ellas mejor harían poniéndose a trabajar, como si la creación no fuese trabajo. A la crítica anterior se le suman muchas más, pero en líneas generales van por ahí, señalando la inutilidad de las becas y de la labor de los becarios, amén de la corrupción y del amiguismo que implican.
            El pensamiento neoliberal está en la raíz de estas críticas, pues, por una parte, cuestiona que el estado pueda estar dando dinero a los creadores sólo por serlo (¿Cómo puede?) y por otro considera superflua la creación, ya que ésta no es traducible en beneficios económicos inmediatos.
            En México contamos con el Fondo para la Cultura y las Artes (Fonca), el Programa  de Estímulos a la Creación y al Desarrollo Artístico (Pecda) entre otras instituciones, públicas y privadas, que ofrecen a los creadores apoyos a la creación. Justamente una de las críticas deriva del número de becas y de quienes se aprovechan de ellas para vivir, cuestionan que con tal cantidad de beneficiarios no haya una cantidad equiparable de obras de arte. Obvian que el sistema de becas está diseñado para generar un porcentaje crítico: permitir que un mayor número de creadores pueda dedicarse de manera exclusiva a su obra para que de ese número surjan esas  grandes obras, aunque algunos de los beneficiarios ni siquiera lleguen a terminar una.
            Quizá, a este respecto, deberíamos remarcar que dos de las cumbres de la literatura mexicana del siglo XX: el Llano en llamas y Pedro Páramo fueron terminados gracias a dos becas que Juan Rulfo tuvo en el Centro Mexicano de Escritores. Quizá este ejemplo debería ser suficiente para confiar en este tipo de estímulos, con todo y sus defectos.
            Y es que la creación es difícil de realizarse cuando se tiene hambre. Esto último lo sé de primera mano. En 2010, antes de que me otorgaran la beca del Fonca, vivía de hacer pan y venderlo, el día que no vendía no comía. Enterarme que había sido beneficiario fue un gran alivio, primero porque dejaría de levantarme de madrugada para hornear y preocuparme si iba o no vender algo y, segundo, porque fue mi confirmación como escritor: tres personas confiaron en lo que hacía y consideraron que tenía lo necesario para escribir ese libro que había propuesto —el libro lo terminé, aunque permanece inédito—.
            Luego en 2014 la Fundación para lasLetras Mexicanas me seleccionó para una de sus becas, en el periodo en que estuve ahí pude terminar un libro que tenía seis años trabajando y el cual apenas tenía un 40%. Gracias a estar en la FLM pude terminarlo en cuestión de meses, ese libro, Gloria Mundi, en 2015 ganó el Premio Nacional de Cuento Breve “Julio Torri”.
       A fin de cuentas, las becas son la oportunidad que los creadores tienen para poderse dedicar a la creación, oportunidad que de otro modo no tendrían. Porque se puede crear en cualquier parte con o sin dinero, pero hay que comer y el estómago vacío apremia más que una cabeza llena de ideas creativas. 

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