¿Qué
puede haber más prosaico que ir en la línea dos del metro dirección Cuatro
Caminos? Pocas cosas y, sin embargo, hoy, en ese viaje, pude ver la magia
operando. Iba leyendo y una joven se acercó a mí para preguntarme dónde
conseguí el libro que tenía entre las manos. El libro: El hombre ilustrado de Ray
Bradbury, autor y obra que además de la inmensidad del espacio, de su vacío, se
sirve de las brujas y de la magia para construir sus relatos. Hay gente que
busca esos universos, que busca ese libro en específico.
El interés común puede hermanarnos,
una lectura en común. Vuelvo las páginas del Hombre Ilustrado y me siento como
uno de los marcianos que han invadido la tierra; comparto la desesperación de
los autores fantásticos exiliados en Marte ante la asepsia humana que los ha
proscrito; esa es la magia, el prodigio de Bradbury. De la literatura, he de
agregar.
He dicho, y escrito, que en la
posibilidad de hermanar, de unir (la común unión) reside la magia de la
literatura. Luego una amiga me dijo que un tercero se mofaba de mí por hablar
en nuestros tiempos de magia; ni siquiera puedo decir que haya sentido lástima
por esa persona, no lo conozco y no me interesa tratar a alguien que se aferra
a vivir en un mundo prosaico, sin magia. Porque, a fin de cuentas, la
literatura es magia, es la posibilidad de salir de lo prosaico de nuestras vidas
(así estemos leyendo a Zola) y encontrarnos con otro ser humano, con otros
seres humanos, descubrir que no estamos solos.
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