La
poesía si no conmueve no es tal. Hace un milenio y poco más de dos siglos, por su
parte, Tu Fu tan siguió este idea sobre la poesía que le leía a su sirvienta sus
poemas y si estos no la conmovían él, sin dudarlo, los destruía. Y por ese acto es que sus poemas, escritos en el periodo Tang, en nuestro siglo VIII, aún nos
siguen conmoviendo a través de los siglos y las culturas:
Soñé
con Li Po, dos poemas:
Cuando la muerte nos
separa sólo queda suspirar;
en vida la ausencia de
un amigo nos causa un gran dolor.
Exiliado en Jianang, esa
tierra de pantanos pestilentes,
no me has enviado
noticia alguna.
Te presentaste en uno de
mis sueños,
pues sabes muy bien
cuánto pienso en ti.
Ese es el poder de la poesía. Cientos
de años desde que la vida de esos dos poetas dejó de ser y aun nos duele la
distancia que los separa. Que la poesía puede conmover a cualquiera lo sé no
porque lo haya leído o alguien me lo hubiese contado, lo vi. Hace unos años
acompañé a Enrique Servín, que entonces era el editor de la revista del
Instituto de Cultura de Chihuahua, a una preparatoria en Ojinaga, donde lo
mandaron a presentar la revista. El auditorio estaba lleno de adolescentes de
secundaria y preparatoria, quienes aprovechando la ocasión brincaban y
gritaban; como se ha de hacer a esa edad, se sobreentiende. Enrique, consciente
que el contenido de la revista poco les podía interesar, decidió tomar otro
camino y recurrió a su prodigiosa memoria, les empezó a recitar un poema de
Cátulo, en latín. Los jóvenes, aunque no entendieron aquellas palabras, guardaron
silencio y algo intuyeron en aquella música. Luego, Enrique recitó el poema en español,
la sala completa estaba al tanto de cada palabra, cada verso. No hubo ese día
ninguno que no entendiera la importancia y la belleza de la poesía. Más de dos
mil años después que Cátulo cantara su amor a Lesbia ese amor nos conmueve, esa
es la poesía.
Vivamus,
mea Lesbia, atque amemus,
rumurosque senum
seueriorum,
omnes unios aestememus
assis.
Soles occidere et redire
possunt:
nobis, cum semel occidit
breuis lux,
nox est perpetua una
durmienda.
Da mi basia mille,
deinde centum,
dein mille altera,
deinde centum.
Dein, cum mille multe
fecerimus
contarbabimus
illa, ne sciamus,
aut nequis malus unuidere
possit,
cum tantum scia esset
basiorum.
Transcribo una versión a medias mía (la traduzco y
transcribo algunos puntos de la versión que Enrique dijo y que se pueden echar
en falta en el mismo Cátulo):
Vivamos y amemos, Lesbia
mía,
y las habladurías de los viejos
tengámoslas en nada.
A los soles, al morir
les es concedió el regreso,
pero
nuestra luz es breve
y
una vez que se apaga, la noche es perpetua.
Dame
mil besos, y luego cien,
y
luego otros mil, y luego otros cien.
Hasta
que hayamos juntado tantos miles
que
los envidiosos prefieran contar
los
granos de arena del Sahara
o
las estrellas en el firmamento.
Las
últimas cuatro líneas corresponden a Enrique Servín, son su versión,
tergiversada por mi memoria; a él le agradezco no sólo ese encuentro con la
poesía, sino haber sido uno de mis Virgilios.
Gracias por compartir esto; aunque tengas abandonado tu blog, me lo voy a leer completito. Un abrazo.
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