Hay
cuarenta y tres jóvenes que siguen sin
aparecer, luego de que los secuestraron el 26 de septiembre. La indignación, el
dolor, me sobrepasan. Mis palabras no ayudarán a los padres y a las familias
porque ellos lo que ahora necesitan es encontrarlos.
Decir que el país se está desmoronando, que esto
es producto de la corrupción institucional, de la descomposición de social, es
decir nada, es repetir lo que todos están diciendo. Decir que somos corruptos y
que es nuestra culpa, de qué sirve —justifica aquel mal adagio que quienes están
en el poder quieren que creamos: los pueblos tienen los gobiernos que merecen. Claro
que algo hay descompuesto en nuestra sociedad, en nosotros mismos (pero esa
tarea le corresponde a cada uno, en su fuero interno reflexionar sobre ello).
Lo más urgente es exigir la aparición de los
jóvenes. Pero no debe parar ahí, debemos exigir a las instituciones que cumplan
con los cometidos que deben a la sociedad. En esta exigencia también debemos
cuestionar la labor de nuestra clase económica que se ha dedicado a pauperizar
el país y a abonar, en mucho, a la situación por la que estamos pasando.
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