Nos asustan con el fin del libro como si
fuera el lobo en el cuento de Juanito y el lobo: Que ahí viene el fin del
libro, que ahí viene. Se nos asusta como para recriminarnos por nuestro poco
interés en la muerte de tan venerable formato en el que aprendimos a leer y que
ha servido de sustento para la literatura y la, así llamada, alta cultura, los
últimos cinco siglos.
El
libro electrónico va a acabar con nuestra experiencia lectora; no seremos los
mismos una vez que se pierda el libro impreso y demás advertencias nos son
lanzadas por los defensores del libro en tanto que a objeto. Sin embargo, no
creo que el objeto libro vaya a desaparecer y tampoco creo que el libro
electrónico sea la panacea y el peligro que se pensó.
En
mi caso leo tanto libros en formato digital como en papel, sin ir más lejos el
año pasado casi la mitad de mis lecturas fueron a través de una pantalla —y he
de decir que sigo creyendo en el libro como objeto—. Sin embargo, y ahí una de
las cosas, la mayoría de esos libros que leí en formato electrónico no los
habría comprado —por las razones que fuera, pero generalmente esos libros son
del tipo de contenido abierto que se encuentra en línea—, mientras que otros
títulos que sí hubiese comprado me eran inconseguibles en ese momento. Los libros,
en tanto a objeto, los compro, los adquiero o los busco en una biblioteca porque quiero disfrutar la experiencia lectora que esto implica, que es una obra
que quiero conservar físicamente.
Los
libros digitales (estén en Pdf, Kindle, Scribd, Google books o donde sea) tienen
ventajas —es cierto, como el hecho de poder cargar en tu celular un libro que
en papel tiene 500 cuartillas—, pero aún tienen
limitaciones, como lo cansado que se vuelve la lectura.
La
adquisición del libro, como objeto, se relaciona entonces con nuestro
deseo de conservar, de tener físicamente aquella obra, en oposición al archivo
digital que no ocupa espacio físico.
Otra
cosa es que las tecnologías se aprovechan, ese es un hecho, tan es así que ya
son pocos los autores que escriben en manuscritos, y ninguno hay que no dependa
de la computadora (del Word o un programa semejante) para la escritura. Así que,
veamos a Juanito repetirnos Uy que viene el fin del libro, el cual está
lejos, muy lejos de ocurrir.
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