Las palabras no definen la realidad, eso ha sido dicho
una y mil veces. Las palabras reflejan más que el mundo, la forma en que
concibe el mundo el hablante. Dicho esto quiero hablar de una palabra que desde mi niñez fue usada para insultarme y que como a mí millones de mexicanos
han recibido como insulto: joto.
Joto
es un concepto que en México es cárcel, que caracteriza todo aquel cuyo deseo
se oriente hacia los hombres y que lo acepte, o que sea afeminado aunque no lo
acepte. Esa palabra etiquetadora quiere aprisionar en un gueto a quien va
dirigida. Tienes que ser escandaloso, vestirte de mujer, cumplir, en fin, con
la caricatura.
Uno de
los triunfos de la comunidad gay en México, aunque esa comunidad esté tan poco
organizada y le importe poco hacerlo, al menos acá en el norte, es haber hecho
propio ese término. Habernos burlado de su uso, de hecho la jotería, es parte
de ello, usar las caricaturas que sobre nosotros quiere imponer la sociedad
para satirizarlas y mofarnos de esa sociedad, hablarnos de mujer, decirnos
Jota.
La
jota es la respuesta que damos al insulto joto. Es la bufada irónica contra esa
sociedad que trata de encarcelarnos. Me viene a la memoria la vez en que me di cuenta de que los insultos no tienen por qué serlo, cuando
respondí a quien me dijo joto: “Y aunque así fuera, qué.”
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