Dos imposibilidades nos orillan,
quiero decir, me orillan, a la escritura: no poder ser, nunca, alguien más y,
quizá la más terrible, no poder llegar a la comunión con alguien más. La condena
de ser nosotros y nunca el otro, es ahí donde radica el germen de toda
escritura, al menos, de mí escritura.
Agregar sobre ello sería innecesario, porque ese par de
imposibilidades son, sin más, el motivo que me condujo a la escritura; el
espacio donde, de alguna manera, nuestra mente tiene el presentimiento de
alcanzar la común unión con otro ser humano, de ser, incluso alguien más. Esa
es, también, la magia que alberga la literatura, nos permite por el espacio que
va de una frase a otra la oportunidad de ser otro. Esa emoción, alberga la
oportunidad de desprendernos de nosotros y de unirnos a alguien más, la
comunión, no en el sentido religioso,
sino en un sentido humano y profundo, que nos es necesario a todos, que deberíamos
de conocer todos.