miércoles, 12 de diciembre de 2012

La sal y el pan.


Algunas ventajas es posible encontrar en el hecho de vivir en el límite del tiempo, en el cacareado “fin de la historia”, por lo demás no me agrada el sistema mundo donde se ha impuesto la versión estadounidense del capitalismo con sus corporaciones y todo eso. Decía que algunas ventajas, a pesar de lo anterior, tiene vivir en nuestros días y una de ellas es en función de mi hedonismo (hablo de las ventajas partiendo de cómo veo el mundo): la comida y el goce derivado de ella.
            En estos días es posible encontrar ingredientes de muchas latitudes y gracias al  internet (que sirve para más que ver porno, series y nos estén espiando) es posible comer o preparar platillos de muchas, por lo menos las más importantes, tradiciones culinarias del mundo. No sólo eso, en esta ciudad que llamamos Chihuahua tenemos un par de restaurantes de comida tailandesa, lo que no es poco decir para un lugar donde más que cultura hay carne asada, como se mofaba de nos el escritor pronazi con pretensiones presidenciales.
            Además de la comida Tai y gracias a Enrique Servín es posible comer platillos exóticos al paladar chihuahuense, e incluso mexicano, vía el Restorán Secreto, que, por ese nombre, se ha ganado una imagen extravagante y casi mítico. En ese lugar y de la mano de Tere Ortega podemos disfrutar de comida georgiana, iraní, tai, china, francesa y a veces hasta mexicana.
            En alguien tan goloso como yo ese tipo de cosas son como pimienta sobre un bistek, la vida se disfruta más si se come bien. El buen comer, un buen comer también se da con una buena compañía, con platicas de sobremesa que nos hacen disfrutar tanto como la lectura de un buen libro. El Restorán Secreto tiene esa virtud. Mis amigos, cuando comemos juntos, bien sea en restaurantes o en casa de alguno que hizo comida también.
            Esa es una de las razones por la que me gusta tanto cocinar, para compartir, cuando vivía solo no disfrutaba hacerme comida porque sabía que sólo yo la probaría. El acto de cocinar es un acto de comunión con el Otro, compartimos nuestra visión del mundo de los sabores, compartimos nuestro gusto y esperamos ser agradables. El arte culinario es un arte efímero que sin el espectador-degustador no puede existir.
            Me gusta el buen comer, he mejorado mi capacidad para ello, quizá por eso los bufés han dejado de serme atractivos, los atracones que antes era capaz de darme no me ilusionan (una de las ventajas de tener trabajo y no andar hambreado). Sigo siendo tragón, pero degusto más y me gusta compartir. Así que los invito, cuando quieran a compartir la sal y el pan, que por mi cuenta correrá la preparación de la comida. 

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