miércoles, 13 de mayo de 2015

Hasta entre los perros hay razas

“Hasta entre los perros hay razas”, reza un dicho popular, que refleja mucho de nuestra idiosincrasia. No es lo mismo, por ejemplo, ser homosexual activo que jota pasiva. En todos los grupos se ejercen este tipo de diferenciaciones, de jerarquizaciones.
            Los homosexuales hacen distingos entre la obvia y al que no se le nota —la mayoría jura ser el segundo y los otros son lo primero—, del mismo modo que todos dicen ser activos, o les cuesta un esfuerzo infinito aceptar que, en efecto, les gusta morder almohadas. La homofobia internalizada.
            Las conductas sexuales de cada individuo son privadas y le competen a él y a la persona o personas con quienes las practique (siempre y cuando no esté implicado el abuso), sin embargo juzgamos más “hombre” al activo que al pasivo —como si la actividad sexual se redujera a meter y sacar el pene del ano—. Porque, aunque ambos son despreciables desde la perspectiva heteropatriarcal, lo es menos el que funge como “hombre” en el acto; el que recibe, el que se raja (recordando aquí aquella explicación de Paz en el Laberinto de la soledad) es el poco hombre, es la vieja, es la mujer.
            Seguir con estos discursos sólo perpetúa la discriminación, es, como se dice en mi rancho: “hacerle el caldo gordo” a los valores y prejuicios de la sociedad heteropatriarcal; los cuales, a todos (hombres, mujeres, heteros, homosexuales, niños, ancianos, etc.) nos sentaría muy bien desmantelar.  

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