lunes, 13 de abril de 2015

La creación como transformación, siguiendo por el camino de Proust

El escritor, para llegar a serlo verdaderamente, ha de comprender que cada obra suya es una transformación. No puede salir incólume de la obra, el ejemplo más radical, más palpable de esto es A la recherche, los siete volúmenes que constituyen la obra son el periplo que el propio Poust hubo de hacer para llegar a esa revelación.
            La obra de arte transforma —no somos los mismos al empezar la Divina Comedia que al terminarla; tampoco podremos volver a la ignorancia de Bach una vez que escuchamos sus Variaciones Goldberg—. Pero la transformación ocurre, también, en el creador; lugares comunes, como aquel que reza que en la obra se deja el alma, han llegado a serlo por la verdad que implican: el artista desborda una parte de sí mismo, de su espíritu en su creación. Hay, por ende, un proceso de transformación; el creador no es el mismo antes y después de su obra.
            El creador que no es capaz de volcarse sobre la creación de tal modo que deja de ser quien era, no será capaz de producir ninguna emoción en su espectador, menos aún transformarlo.

            Ese cambio puede ejercerse en muchos sentidos, incluso puede (y este es el caso la mayoría de las veces) ser invisible al resto del mundo. Pero para el artista, para el escritor, esa transformación puede significar una forma de resolver aquello que bajo la superficie se revuelve. Marcel Proust es el ejemplo más claro de esto: descubrir que tenía que escribir A la recherche y la razón por la que debía hacerlo dotó de sentido a su existencia, como nos lo muestra en El tiempo recobrado

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